El título de la exposición de Victor Santamarina es toda una declaración de intenciones. En general asociamos la imagen de un túnel a algo oscuro y siniestro, inquietante. En los túneles se esconden las ratas, el olor a aceite, los restos de crímenes y aquellos que huyen en las películas. Por otro lado, no hay nada más intenso que la sensación de túnel que algunas drogas producen y pocas emociones hay tan intensas como practicar sexo en un túnel; la extrañeza del lugar y el desasosiego apremian, desarropan y multiplican el deseo, y toda esa urgencia se transforma en necesidad lúbrica. La versión civilizada de estas experiencias nos lleva a las discotecas y a los flashes que producen instantáneas de cuerpos en estados de éxtasis, de gotas de sudor resbalando por una piel caliente, imágenes que forman parte del imaginario colectivo que Gaspar Noé recoge en su paranoico mundo de neón de Enter the Void.
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