El circo como espacio de posibilidades. En El cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987), Marion solo era libre cuando volaba en el trapecio. En Freaks (Tod Browning, 1932), la carpa era el único lugar en el que sus protagonistas se sentían protegidos, a salvo de acoso y burlas. Ya en Brasil, Jonás refugiaba lo que le quedaba de infancia en o circo sem lona (Paula Gomes, 2016). Y ese mismo Jonás se cuela en Filho de boi como uno de los miembros del circo, recordándonos que hay sueños que se cumplen.
Joao vive en una zona de Bahía duramente castigada por las sequías. La relación con su padre es ya tan árida como su entorno, y su mundo parece transcurrir en silencio, mientras los días se marchitan y caen apenas sin hacer ruido.
Pero ante la llegada de un circo vislumbra la salida. Es el elegido para trabajar con ellos mientras actúen en el pueblo, y empieza a fantasear con la posibilidad de unirse.
La amistad que establece con el payaso Salsicha parece el contrapunto a su padre; la comprensión y el compañerismo frente a la rigidez del viejo vaquero. Pero se intuye ternura detrás de la severidad de su progenitor, una masculinidad encorsetada a la que le faltan recursos y le sobran prejuicios heredados. Joao empieza a comprender el mundo de su padre a medida que la posibilidad de huir se hace más real, y, aunque apenas sin palabras, surge un espacio común, una reconciliación tímida y silenciosa que dificultará su decisión.
O Filho do Boi somos todos ante un camino que se bifurca en dos: la certeza de que tomar un sendero significa anular el otro. Para Joao, asomarse a esta encrucijada supondrá su ritual a la edad adulta, la constatación de que siempre nos quedaremos con la duda ante lo que pudo haber sido. La condena a añorar lo que nunca ha pasado.
Filho de Boi, de Haroldo Borges y Ernesto Molinero, se proyectará en la Filmhouse de Edimburgo el 1 de marzo a las 17.30 h y el 14 de marzo en el CCA de Glasgow a las 12.15 h.
