Hunter ya conocía Edimburgo antes de llegar aquí. Y lo conocía por Trainspotting, por sus búsquedas en internet, por el Facebook. Seguramente tenía esa imagen idealizada que todos tenemos antes de llegar, quizás un Edimburgo plagado de jóvenes con crestas y aire gamberro, porque la magia de internet es que en la pantalla filtramos el mundo a nuestra medida.
Pero Hunter, después de investigar Edimburgo desde la distancia, se vino a esta ciudad. De la mano de Antonio Cervera, el comisario de esta exposición, recorrió las calles; las turísticas, pero también Leith, en donde no hay sitio para el artificio. Y los dos Edimburgos se juntaron en sus obras.
Hunter es un grafitero, pero no se ciñe a los muros porque cuando él nació los grafitis ya hacía tiempo que se habían colado en la galería. En Custome Lane hemos visto sus retratos en blanco y negro. Rostros que aparecen cruzados con líneas blancas y negras, como si fuesen borrones, como si se hubiese asumido que hay piezas que nunca deben acabarse. Estas líneas no nos molestan, muy al contrario, focalizan nuestra atención en los ojos de cada personaje, porque es ahí donde reside el retrato.
Otras de sus piezas muestran grupos informes de gente en medio de una calle. Su silueta no revelan su rostro ni sus ropas, sino que en ellas parecen reflejarse los edificios de Edimburgo. La calle se funde así con el individuo, como si todo estuviese hecho de la mismo.
El choque del Edimburgo virtual y el de asfalto y piedras han dado lugar a una exposición honesta, desde la curiosidad delante del ordenador hasta los recorridos junto a Antonio Cervera.
Hunter nos muestra su intento por conocer esta ciudad y, paradójicamente, algún vecino de Leith pueda reconocer alguna de las caras, alguno de los edificios, y valorarlos un poco más, porque alguien los ha convertido en arte.
Esta exposición ha sido producida por John Ennis, y ha formado parte del programa de Iberodocs2017.