Camarón es un mito, incluso para los desconocedores del flamenco. Yo era todavía niña, pero recuerdo una voz desgarrada que sacudía las entrañas, unos ojos oscuros en un rostro cada vez más enjuto, un entierro multitudinario convertido en catarsis.
Camarón era un dios pagano al que veneraban incluso los no creyentes. Alexis Morente, director de Camarón: Flamenco y revolución, hace un homenaje al músico, pero también se propuso recuperar su historia para los que solo intuimos la leyenda.
Lo hace a través de fotografías, vídeos caseros y grabaciones de sus actuaciones, de entrevistas a sus amigos, de una magnífica voz en off que hilvana fragmentos de su vida. El acento andaluz de Juan Diego, casi convertido en música, arropa al personaje con ternura y humor. El mesías, por fin, recupera así su condición de humano. Descubrimos a un hombre humilde pero consciente de haberse convertido en el símbolo de una etnia, de un modo de vida. Cuenta su amigo Paco de Lucía que Camarón no necesita letras reivindicativas en sus canciones, que, solo con su voz rasgada transmite el sufrimiento y la persecución que su pueblo sufrió durante siglos.
Los gitanos nunca han tenido ansias imperialistas, pero siempre han luchado por vivir de acuerdo a sus creencias. Y esto lo reivindica Camerón una y otra vez, insistiendo en crear música “a su manera”, aunque esto contradiga las reglas más afianzadas de los puristas del flamenco. Camarón fusionó géneros y rompió normas. El flamenco adquirió así una nueva dimensión que no siempre fue bien aceptada.
Morente nos lleva a través de luces y sombras; deconstruye a Camarón con cariño y respeto, para que no veneremos más al mito, sino al cantaor con duende que supo arriesgarse. Su revolución ha llegado mucho más allá del flamenco.
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Camarón, flamenco y revolución, será proyectada el 13 de abril a las 6.15 en Filmhouse, dentro del festival IberoDocs