Entrar en la exposición de Javier Chozas es ante todo una experiencia sensorial no apta para para quien no pueda evitar tocar lo que está viendo.
Una primera sala, que contiene pequeños receptáculos para degustar, como quien abre una caja de chocolates, poco a poco. Cada una de las piezas, son pequeñas expresiones escultóricas que no sabes donde ordenar porque no encuentras registros lógicos en el recuerdo, pero sí se muestran pequeños inteligentes guiños que nos hacen clic con una anárquica sensualidad. Un erotismo de una obscenidad absolutamente preciosista.