Quienes –como los vecinos de Coruña– sufrimos la controversia de los nombres de lugar, llegamos a hacernos observadores privilegiados de un fenómeno: el capricho de acomodar topónimos a las hablas y las culturas (o inculturas).
Quienes –como los vecinos de Coruña– sufrimos la controversia de los nombres de lugar, llegamos a hacernos observadores privilegiados de un fenómeno: el capricho de acomodar topónimos a las hablas y las culturas (o inculturas).
Entrando en materia, la gente de habla castellana no se distingue por su buen oído para otras, y tampoco es que la cultura dominante en España –generada durante siglos en Madrid– sea de viajeros. La gran ventaja del castellano es su simplificación fonética: vocales escasas (solo cinco) y consonantes bien marcadas. Su desventaja mayor, por tanto, que los hablantes naturales no cazan sutilezas de idiomas como el inglés que sufrís los expatriados…
Observad que los madrileños no son capaces de decir “muiñeira” ni “Ourense” y ,cuando oyen Pereiro en boca de un gallego, reproducen Pereiru. Los matan los diptongos galaico-portugueses, las vocales cortas, largas cerradas y abiertas, y las semiconsonantes… Algo muy divertido es como se despistan oyendo hablar a los gallegos que –en mayoría– gheghean: que pronuncian la “g” oclusiva como fricativa intermedia, entre “h” aspirada y “j” castellana. Y con tal aviso ya os voy introduciendo en lo que justifica el título de esta nota europeísta para Brit Es.
Pero dejadme que antes hable de caprichos ligados al desconocimiento español de los idiomas vecinos. Para mí el más notorio es “Oporto”.
Fijaos bien cuando miréis un mapa portugués: Oporto no aparece en él. Y ojo cuando vayáis por la autopista, que tampoco lo vais a ver y esa gran ciudad industrial es un peligro para turistas por la cantidad de cruces, raquetas, entradas, salidas, aeropuerto, puerto… “Porto” –a secas– es la urbe pina que buscáis, la que se precipita en el Douro (Duero) majestuoso.
Muchos habréis escuchado el barullo de Coruña, A Coruña y La Coruña. Pues es lo mismo que el de Porto y Oporto. Los castellanoparlantes no le ponen artículo a los nombres de lugar; sólo a comarcas y regiones. Sin embargo, los hablantes de galaico-portugués les ponen artículo hasta a los microtopónimos… Con Coruña (derivado de Clunia) y Porto (derivado de Portus) se construyen las frases como “Vai na Coruña, saiu para o Porto, contan coa Coruña, é natural do Porto…”. El capricho castellanista de “La” Coruña es un galleguismo mal traducido; el de Oporto es consecuencia de no conocer las reglas del idioma portugués: a un castellano sin don de lenguas “o Porto” le suena a “Uportu”…
Y ahora retomemos el fenómeno da la “gheada”, como le llaman los filólogos. Si miráis el mapa de Europa, desde los Países Bajos a Galicia la distancia es grande; pero un natural de Hoorn y otro de Ribeira (por mencionar lugares marineros) pronuncian Galicia como “Jalisia” al oído del español asimilacionista. Curioso fenómeno de hablas tan apartadas, una latina y otra germánica. Quizá, si nos ponemos románticos, pensaremos que fueron los celtas quienes llevaron esa pronunciación peculiar de un lado a otro de la Europa del Norte (norte, si, que Coruña está en el paralelo 43).
Pero el hecho es ese, y ya vamos llegando a Brujas, Bruges o Brugge:
Belleza de ciudad que conserva lo que podría haber sido destrozado durante cualquier guerra europea. Caminar por ella es un placer, un recorrido por la Historia de Europa, y, para los que pasamos tiempo en Bruselas, una forma de enseñar Flandes a los amigos.
Cuando los visitantes son españoles, con frecuencia surge “lo de las brujas”, y hasta aparece algún osado recordando a la Inquisición en lo que fue provincia española. Entonces hay que contestarle diciendo que anda errado: nada de religión, y sí mucho de oído español inclinado a convertir el sonido “gh” en su sonido “j”.
Para moverse por Flandes ayuda la componente germánica del inglés que hablamos a diario con los flamencos, quienes detestan el francés. Hay un enorme porcentaje de términos ingleses y neerlandeses coincidentes o semejantes. Uno de ellos es “puente”: “bridge” frente a “brug”, que se pronuncia “brugh”. Repasando la historia de Brujas, y de cómo se escribió su nombre, se registra Bruggen, Brugge Brughe… Por poco que uno sepa de las hablas de los Países Bajos, se da cuenta de que los españoles al mando de la provincia oían lo que les sonaba a “Brujen” o “Bruje”… El resto fue cosa de imaginación calenturienta en tiempos de quemar mujeres aliadas con el demonio.
Volviendo a Galicia, una ilustre villa silvícola e industrial llamada Pontes de García Rodríguez (vulgo, “as Pontes”) sugiere que a Brugge le deberíamos llamar en castellano Puentes, sencillamente. Y acertaríamos porque la ciudad está llena de canales y puentes mayores y menores que cantan su historia.
En fin, para los que vivís en la Gran Bretaña, Brujas significa un saltito, un fin de semana con ayuda del Chunnel y el TGV. Id, ved Bruges (nombre inglés, ¿sacado del francés?) y a ver si le dais la razón a este curioso de los lenguajes (que no se doctoró en los humanos sino en los de las máquinas). Con gusto también admitiré correcciones y sugerencias.