En Europa estamos viviendo un momento histórico de confusiones y una confusión de la Historia. A mi manera de entender la vida, según lo que aprendí viajando y habitando lugares, las lenguas condicionan pensamientos y sentimientos. Relaciono nación con idioma. Creo que las naciones se notan en la toponimia, los apellidos, los nombres de pila… y en la forma de concretar palabras.
Por ejemplo, los gallegos inventaron una que hicieron famosa los portugueses (con su inmensa caja de resonancias brasileña). Se trata de saudade, el sentimiento de la propia ausencia en los lugares amados. Este vocablo –con su versión vulgar, morriña– define la forma de ser de una nación.
Contrariamente, cuando un pueblo renuncia a su manera de expresarse durante siglos, pasa a formar parte de la nación a la que le toma prestado el idioma. Se me puede decir que Europa está llena de casos de imposición, que las conversiones a otro idioma no fueron voluntarias en muchos casos.
Corren ríos de tinta, real y virtual, sobre semejanzas y diferencias de esas “regiones” de Gran Bretaña y España. En Gran Bretaña hay un primer ministro que se besa con su mujer apasionadamente en público; en España, el primer ministro es un cold fish que apenas roza los labios de la suya al ganar una elección.
De acuerdo. Y, volviendo a Galicia, ahí está la castellanización de topónimos y apellidos, y el alto porcentaje de gallegos que “saben” hablar gallego pero no lo usan nada más que en situación folclórica o ritual. La “doma y castración” impuesta por los Reyes Católicos llega hasta nuestros días. Por eso podemos considerar a Galicia como un “país semi-independiente” (un locutor de la BBC le aplicó en Compostela la definición de semi-autonomous country).
También podemos argumentar que el gallego fue impuesto por la espada al sur de Coimbra… y que de ahí surgió un poderoso vehículo de estado: el portugués.
Pero ahora y para Brit-Es quisiera centrarme en otras naciones y otros idiomas que no tienen la extensión global del que naciera en Galicia. Hablemos de países europeos que se independizaron o se quieren independizar de una nación-estado con larga historia. Comparemos Escocia y Cataluña a la vista de sus referendos de independencia.
Corren ríos de tinta, real y virtual, sobre semejanzas y diferencias de esas “regiones” de Gran Bretaña y España. En Gran Bretaña hay un primer ministro que se besa con su mujer apasionadamente en público; en España, el primer ministro es un cold fish que apenas roza los labios de la suya al ganar una elección. Cameron casi llora rogando a los escoceses que no se vayan; Rajoy elude sentimientos anticatalanistas en pantalla. Los de Londres juegan casi limpio en Escocia; la Caverna Madrileña intenta socavar el edificio nacionalista catalán.
Cuando esto escribo no sabemos qué irá a ocurrir. Se admiten apuestas. Yo apuesto a que en el club de polo de Barcelona los grandes patrones seguirán conversando en catalán mientras revuelven el hielo del whisky, y que la TV3 continuará sus éxitos de audiencia con programas de inmersión para quien venga de fuera.
¿Cuántos habitantes de Escocia no son de “raza celta”? Muchos, pues el Imperio Británico, desangrado tras dos guerras horrendas, necesitó gente da las colonias. ¿Y cuántos catalanes no tienen apellidos del país? Quizá sean mayoría porque Cataluña empezó a recibir inmigrantes de la España pobre mucho antes de que a Escocia llegasen los de la Commonwealth.
Cuando esto escribo no sabemos qué irá a ocurrir. Se admiten apuestas. Yo apuesto a que en el club de polo de Barcelona los grandes patrones seguirán conversando en catalán mientras revuelven el hielo del whisky, y que la TV3 continuará sus éxitos de audiencia con programas de inmersión para quien venga de fuera. Cataluña, a pesar del odio madrileño-sevillano (la Caverna de Madrid se ramifica hasta Sevilla), seguirá siendo una nación libre a su manera. No me hace falta apostar por Escocia porque su destino es el mismo que el de Irlanda: pensar –y hasta odiar– a los ingleses en el idioma de ellos, los amos de sus mentes…
Ya me diréis lo que sentís y pensáis el respecto.
Desde Coruña y con las maletas hechas para Bruselas, un 12 de septiembre de 2014, entre la Diada de Cataluña y el referendo de Escocia.