Iván Ferreiro se convierte en estrella al subir al escenario: después de un acústico no puedo imaginármelo de otra manera, canta como quien susurra al oído, como quien escribe una carta a voz en grito. Foto © Jana Garrido.
Foto © Jana Garrido.
De adolescente me incomodaba su voz. Por inesperada, por doler demasiado. Pero las heridas se entienden con el tiempo y lo que antes hacía daño ahora ayuda a cicatrizar. Iván Ferreiro se convierte en estrella al subir al escenario: después de un acústico no puedo imaginármelo de otra manera, canta como quien susurra al oído, como quien escribe una carta a voz en grito. Su voz resonó en las bóvedas del Cabaret Voltaire y en nuestro cerebro, levantó una tela invisible entre cada uno de nosotros y el resto del mundo. Porque nos habla uno a uno, o quizás a él mismo. Sus letras son poesía que necesita ser cantada porque el mundo no existe hasta que lo nombramos.
Cabaret Voltaire es un pub escondido en South Bridge. En Edimburgo los puentes cubrían sus arcos para servir de refugio y este miércoles lo han hecho con la voz de Iván. La idea era presentar su último disco, Val Miñor-Madrid: Historia y cronología del mundo, pero hubo mucho más. Sus discos en solitario se cruzaron con canciones de Los Piratas, incluso con temas de Love of Lesbian y el mítico Insurrección de El último de la fila; rompieron la burbuja en la que permanecíamos hipnotizados y la sala cantó al unísono: algunas historias son las mismas en cada uno de nosotros. Y por un momento me imaginé en cualquier bar de Santiago. Somos varios los que intentamos traer parte de nuestra cultura a Edimburgo, pero como dijo un amigo quizás sea la música, por encima del cine o del arte, la que mejor nos lleva de vuelta a casa.
Esta noche tocará en Londres. No será en acústico y puede que las multitudes camuflen su timidez. Pero sus canciones seguirán cicatrizando heridas, se perderá el mundo y todas las miradas se centrarán, una vez más, en su voz. La poesía funciona también a gran escala.