Demos un paseo por Bruselas. Quizá entendamos algo del mundo fijándonos en lo que se popularizó con el nombre de Brexit y en lo que podríamos llamar Turkin.
La Historia se repite: hay pueblos que se sienten superiores a los que los rodean y se lanzan a conquistar territorios y avasallar vecinos. Durante muchos siglos, los avances eran por tierra; raramente allende el mar. Raro fue el caso de un condado gallego que se independizó y avanzó hacia el sur, matando moros, tanto que ya no le quedaba más que conquistar y se lanzó a los océanos.
Era Portugal, la nación-estado más vieja de Europa, con las fronteras más antiguas del continente (salvo la estupidez de Olivença, “hija de España y nieta de Portugal”). Cuando los portugueses reconquistaron el Algarve, saltaron a África, le dieron la vuelta y se pusieron a crear asentamientos por el Extremo Oriente. Todavía en la Edad Media, alboreaba el primer imperio europeo de las Edades Moderna y Contemporánea. La Cruz Portuguesa (cuatro ramas del mismo tamaño) se levantaría al viento por los Siete Mares y por cuatro continentes.
Los socios de los portugueses contra los castellanos eran unos bárbaros del Norte que primeramente intentaron someter a galeses, escoceses e irlandeses y después, fijándose en lo que hacían los estados ibéricos, se metieron a quitarles cosas a estos, con algo de respeto al amigo Portugal. Inglaterra llegaría a superar a las «Hespañas” de Felipe II con un imperio –verdadero– donde nunca se ponía el sol. Los hijos de la Pérfida Albión triunfaron. Sobre todo porque, como los portugueses, crearon en las Américas una nación-estado en la que sobreviviría el espíritu depredador y avasallador.
Jamás quisieron jugar en igualdad con los demás europeos. Por tanto, si se van (concluye una mesa de españoles y franceses), “condió”, como dicen los andaluces; vayan ustedes con Dios, por no decirles “que les den morcilla”.
Curiosamente, los (norte)americanos no intentaron una jugada monárquica como la del Império do Brasil (aunque nunca les dejó de gustar el boato británico). Pasado un siglo de independencia, las colonias británicas unidas ya apuntaban a lo que demostraron en las dos guerras mundiales. Al acabar la segunda el petróleo dejó de cotizar en libras y pasó hacerlo en dólares; el inglés (de Washington) desplazó al francés de la diplomacia. Harry Truman fue el primer Emperador del Globo.
Bien, pero hubo más imperios, como uno de los que se consumieron en la pira funeraria de la Gran Guerra: el otomano, que se había extendido como mancha por tierra firme y hasta enfrentaba a viento y olas de mares menores. Los conquistadores europeos se burlaban del Mediterráneo… pero en la historiografía oficial española la Batalla de Lepanto se hace pesada.
Esa batalla supuso un parón en las pretensiones del Imperio turco, que ya presentaba debilidades; aunque no moriría –exhausto, harto de matar gente incómoda– hasta principios del siglo XX. Entonces se convirtió en república, aparentemente laica, llena de ciudadanos analfabetos y practicantes de una religión que facilita confundir el “religarse” a Dios con las cuestiones del mundo (imanes por el medio). De un país donde la imprenta se iniciaba todavía en el siglo XVIII poco se podía esperar…
Hoy ya no existen imperios formales como los que competían en el siglo XVI. Portugal vive saudades y amores africanos, España se agarra al bello cuento de la Hispanidad (hasta donde le permiten los yanquis y sus doctrinas continentales), Inglaterra mantiene toda su pompa imperial al modo de dama tan vieja como su reina bisabuela… ¿Y Turquía?
Demos un paseo por Bruselas. Quizá entendamos algo del mundo fijándonos en lo que se popularizó con el nombre de Brexit y en lo que podríamos llamar Turkin.
Hace el calor pesado de siempre en Flandes, lejos de la costa. Al otro lado de la Rue du Trône / Troonstraat (todo en diglósico: francés / neerlandés), frente a donde trabajan tantos españoles, está el restaurante de los turcos. Al ampliar negocio, los dueños se vencieron a lo que decíamos la mayoría de los clientes. Le llamaron El Turco, con orgullo.En El Turco se juntan los idiomas por mesas, se oyen muchos. Con todo, si se hiciera una “integral de habla”, se vería que manda el inglés estropeado por foreigners. Hay conversaciones variadas pero, volviendo a las integrales, ahora sobre los temas de conversación, predominan los comentarios a la espantada de los ingleses y al golpe-contragolpe en Turquía.
La permanencia de los British en la UE siempre fue incómoda; el sentimiento imperial mayoritario en la población “antigua” (por edad o educación) prevaleció siempre. Jamás quisieron jugar en igualdad con los demás europeos. Por tanto, si se van (concluye una mesa de españoles y franceses), “condió”, como dicen los andaluces; vayan ustedes con Dios, por no decirles “que les den morcilla”.
Sin embargo, la cosa no es tan fácil. Por ejemplo, los científicos británicos no van a llorar por falta de acceso a la financiación de la UE dentro de un año; pero en adelante se les desmontarán todos los proyectos por falta de movilidad.
Se acaba la Unión, hay que andar con pasaporte. Se acabó el mercado único del conocimiento. Un científico español, comiendo arroz con carne envuelto en hojas de parra, cuenta que viene de una reunión de consorcio europeo de investigación. En ella los socios escoceses clamaban por su independencia de Inglaterra; quieren seguir liderando iniciativas en el ámbito del gran negocio del siglo XIX: knowledge. A los ingleses y a los galeses que los confunda el demonio; que saquen de China y de la India fondos y gente para investigar.
Los escoceses no quieren dejar de ser europeos unidos y unitarios. Los irlandeses del norte tampoco (aunque hay una diferencia: en Irlanda del Norte hay mucho unionista con armas guardadas. Londres sabe que se aproxima un baño de sangre: reestablecer una frontera en Irlanda implica bombas y balas).
¿Y los funcionarios británicos de la Comisión Europea? Reniegan del imperio, porque se pueden quedar sin trabajo… Pero no, el problema no es de los funcionarios sino de los “ingleses” contratados por la administración comunitaria sin pasar oposición. Un catalán que come ensalada con yogur (a los griegos les jode que su comida se parezca tanto a la del enemigo turco) dice que ellos ya aclararon que prevalece la condición de funcionario de la CE sobre su nacionalidad. Inglaterra y satélites se van, Cataluña se irá hasta que vuelva sola; pero la Comisión es un patrón justo. No echará ni a británicos ni a catalanes con oposición aprobada y puesto fijo.
¿Y qué va a pasar con el idioma que invadió todo? Si el Reino Unido se va, deja de ser oficial de ningún estado miembro de la Unión; queda solo como cooficial de Malta e Irlanda…
“Pas de problème”, los franceses se tragan la rabia con un tinto turco que parece clarete manchego. El idioma del Imperio global del loco Trump es la “segunda lengua comunitaria” (después de la materna) para la mayoría de los funcionarios de la Comisión y del Parlamento de la Unión Europea. Ni de broma se va a volver a los inicios: en las instituciones de la Unión hoy se escriben en inglés los papeles internos, como hace treinta años se escribían en francés.
Brexit con café en El Turco. A las dos hay que estar de nuevo en la oficina. Es solo cruzar la calle. Se estira la charla. Con algo de prisa concluimos que Cameron hizo una inmensa cagada porque dejó a la mitad de sus conciudadanos colgada de la brocha, porque tiene contento al zar Putin y porque, al debilitar a la Unión Europea, le da alas a Monsieur le Sultan, como le llama el colega turco que se nos arrima con la taza de café.
Bünyamin estaba presente cuando, en un seminario sobre la oferta científica turca (en las oficinas españolas de enfrente), un funcionario de la Representación Permanente de Turquía ante la Unión Europea nos dijo que “Turquía lleva mil años en Europa y en Europa va a seguir”. Así de chulo, el tipo.
Brexit y Turkin, un eximperio se va y otro va a venir. El sultán lo sabe. ¿Cuánto hay de democracia verdadera en los países excomunistas del Este? ¿Cómo anda la cosa, por ejemplo, en la excolonia turca de Bulgaria? ¿Por qué no dejar que Turquía, siempre medio europea, lo sea de todo?
Brexit y Turkin, un eximperio se va y otro va a venir. El sultán lo sabe. ¿Cuánto hay de democracia verdadera en los países excomunistas del Este? ¿Cómo anda la cosa, por ejemplo, en la excolonia turca de Bulgaria? ¿Por qué no dejar que Turquía, siempre medio europea, lo sea de todo?
La Unión Europea no puede jugar con fuego. Marruecos al Oeste, Libia en el centro y Turquía en el Este son barreras contra la invasión del Sur. Tendrá que pactar. Libia no tiene gente; pero Marruecos y Turquía están llenos de juventud. “El imperio romano, y el bizantino, pagaban a germanos y turcos para que no los molestasen; pero no fueron capaces de contenerlos”, remata Bünyamin, natural de provincia que fuera griega.
Pagamos. Salimos a la calle. Abundan los transeúntes negros (estamos a las puertas de Matongé, el barrio congoleño de Bruselas), circulan mozas moras con la cabeza envuelta empujando carritos de bebé. Curioso que salgamos a la Place de Londres, de donde parten la Rue de Londres y la Rue de Dublin…
¿Qué se estará cociendo en Londres, en Belfast, en Estambul, en Ancara?
Al final de la jornada persiste el calor bajo un cielo palidísimamente azul, velado de bruma. Por las escaleras del metro de Trône / Troon se precipita gente de cien colores de piel, facciones y vestimentas. En los andenes se escucha la babel de la ciudad que supera a Londres en hablas del mundo. En el vagón sorprenden anuncios sobre el aprendizaje de la lengua turca.
El inglés es una commodity, algo vulgar. Para hacer carrera en Bruselas hay que distinguirse… y Antonio de Nebrija viene a la memoria: “una cosa hallo y saco por conclusión mui cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio”.