Hola a todos; a todos mi bienvenida a Brit-es. Relacionar España con la Gran Bretaña es tan viejo como lo son las naciones-estado más antiguas de Europa. La verdad es que deberíamos hablar de Portugal, Castilla e Inglaterra (sin olvidarnos de Galicia, la gran perdedora de la Historia ibero-británica). Yo os recomendaría que leyeseis el clásico de Atkinson, A History of Spain and Portugal, que lo dejaba todo claro ya hace sesenta años.
Hola a todos; a todos mi bienvenida a Brit-es. Relacionar España con la Gran Bretaña es tan viejo como lo son las naciones-estado más antiguas de Europa. La verdad es que deberíamos hablar de Portugal, Castilla e Inglaterra (sin olvidarnos de Galicia, la gran perdedora de la Historia ibero-británica). Yo os recomendaría que leyeseis el clásico de Atkinson, A History of Spain and Portugal, que lo dejaba todo claro ya hace sesenta años.
Bien. Se trata de sentirse a gusto en Gran Bretaña siendo español, y de abrirles las puertas de lo nuestro a los que de allá vienen o comparten amores con nosotros. Creo que eso es lo que ha de buscar nuestra revista.
Podría escribiros de muchas cosas en las que mencionar a ingleses (perdón, británicos) y españoles (perdón, ciudadanos del Estado Español), porque los mayores siempre tenemos historias almacenadas. Hasta se me ocurrió contaros lo que me decían los gallegos viejos de la Patagonia en relación a un inglés “idiota”, que “no se enteró de nada” porque no se puso en contacto con ellos (sólo con los del British Club de Río Gallegos). Se llamaba Bruce Chatwin, y no le contaron la verdad de la revolución anarquista que tanto le interesaba.
In Patagonia se le quedó cojo a Chatwin. Fue a mí al que le dieron las claves: el dirigente de la revolución bestialmente reprimida era de Ferrol. Con nombre y fechas, comprobé todo en el Registro Civil de la ciudad donde también nacieron Franco, Pablo Iglesias y Concepción Arenal, por ejemplo. Chatwin se fastidió (tenéis que leer mis crónicas patagónicas, y un libro que me hace llorar al recordar vivencias tan pesadas, Viaxes no País de Elal, que algún día traduciré).
Pero ya me estoy desviando. Ya escribiré sobre Argentina y los británicos en otro momento, y os mandaré fotos.
Ahora quiero hablar de Ferrol, la plaza inexpugnable al fondo de una ría que siempre codició el Imperio Británico. Unos nacen en Ferrol y otros llegamos a esa ciudad en el aluvión que la fue haciendo mestiza, de gallegos con españoles y extranjeros, muchos de ellos, “ingleses”.
Graham Greene dejó escrito aquello de England me fecit, que parafraseó Gonzalo Torrente Ballester, otro grande entre los grandes de la Literatura Universal. Don Gonzalo repetía Ferrol me fecit; y yo lo divulgo. Porque Ferrol nos hizo diferentes.
No hace mucho coincidí en la Feria del Libro de Bruselas con Carmen Posadas. Hablamos en una mesa redonda sobre literatura histórica y en una recepción de embajada. Me manifestó, en público y privado, su extrañeza por que en Ferrol no se estudiase francés sino inglés en el bachillerato (salvo en un colegio de monjas francesas). Me ayudó el embajador a explicarle el porqué: desde tiempos de Fernando VI en Ferrol siempre hubo “ingleses” trabajando en los astilleros; y se fueron en 1936.
En el siglo XVIII los estrategas europeos tenían clara conciencia de que “poder naval es poder mundial”. La potencias marítimas se lanzaron a competir y, poco a poco, mandó la demografía: un navío de línea necesitaba ochocientos tripulantes; una fragata, trescientos. Al final sólo quedaban agrediéndose por los mares Gran Bretaña, España y Francia. Los países menos poblados desistían.
Jorge Juan y otros espías de la Armada Española conquistaron buenos técnicos en los astilleros británicos, a golpe de libras de oro. En secreto los sacaron de la isla enemiga y los llevaron a Ferrol. Algunos de ellos eran perseguidos en Gran Bretaña por disidencia religiosa: católicos y puritanos. Ahí empezó todo.
De ahí que, con los siglos, en Ferrol al cepillo se les llame brus, al trabajo chope, al astillero factoría; que los chiquillos atrajesen marinos por el puerto hacia los lugares de pecado diciendo “foqui-foqui” o que “andar a filispín” sea trabajar muy rápido o correr. No hace falta mucha imaginación para reconocer brush, job, fuck, factory o full speed.
Primero vinieron los técnicos para los grandes cascos de madera en el XVIII; después, los de maquinaria cuando el vapor sustituyó a las velas, en el XIX. Finalmente volvieron cuando la guerra naval se sofisticó con cruceros y acorazados, ya en el XX.
La Pérfida Albión, que tanta culpa tuvo en los horrores de la Guerra Civil, a comienzos del conflicto mandó un crucero a la ría de Ares, paralela a la de Ferrol. Allí esperó para recoger centenas de ciudadanos ingleses que hasta entonces habían vivido felizmente entre las dos rías.
Pocos volverían, y lo harían después de acabar la Guerra Mundial que tuvo como prolegómeno la de España. Venían a visitar familiares, apenas. La posguerra del hambre y el franquismo (germanófilo a pesar de la derrota) no dejó sitio para los ingleses de casi dos siglos. Quedaron apellidos, nombres de calles; y algún personaje peculiar, como las misses (señoras casadas, curiosamente) que nos enseñaron el “I am, you are, he is…” desde pequeños.
Alguna siguió enseñando su idioma hasta muy mayor, para ser sustituida por profesores de academia, hombres que trabajaban en los negocios del mar, en los que mandaba el inglés, sobre todo desde que Ike y Franco se entendieron y el régimen se entregó a la nación más odiada por el Generalísimo, quien (como buen ferrolano) no perdonaba la pérdida de Cuba en manos de los yanquis…
Hace días me entrevistaban sobre el movimiento de la “nova canción galega”, en el que gasté un pedazo de juventud creativa. Conmigo estaba Vicente Araguas. Hablamos de antiguos luchadores contra la estrechez mental del franquismo, de nosotros y de otros ferrolanos que llevaron Galicia lejos con sus canciones, Andrés do Barro y Xoán Rubia. Todos fuimos coetáneos, compañeros y amigos.
Sorprendí a los entrevistadores con un detalle que corroboró Araguas, tan hijo de la pequeña burguesía ferrolana como los demás (Vicente y Andrés vivían en el mismo edificio; y yo, casi al lado, en la misma plaza). Cuando en España casi nadie hablaba inglés, Andrés era un gran imitador de Bob Dylan y de Otis Redding: así se inició con su guitarra, cantando en inglés.
Ante la sorpresa de aquellos que nos preguntaban y nos grababan, saqué recuerdos de hace cincuenta y pico años. Cuando la miseria española hacía que un tocadiscos fuera raro objeto contrabandeado, lo normal era escuchar las canciones en la radio. Ya mandaban las canciones americanas, tras la apertura del franquismo hacia los EE.UU. Se oían y la gente las tarareaba. Como no se entendían, José Guardiola hacía versiones patéticas en castellano.
Pero nosotros, los chavales del instituto Concepción Arenal de Ferrol, nos desafiábamos a sacar letras oyéndolas en la radio, tomando notas de los versos cada vez que las oíamos, recordando lo oído… Nunca olvidaré mi orgullo de oidor cuando aparecí en clase un día con la letra de la canción de moda del momento. Decía algo como “Poetry in motion / walking by my side, / her lovely locomotion / keeps my eyes open wide”. Le acababa de ganar la mano a un colega cuyo hermano mayor era profesor de academia de inglés…
Ferrol me fecit. La estrella del pop español que fue Andrés do Barro (cinco discos de oro cantando en gallego) entendía lo que oía cantado en inglés; como lo entendía Vicente Araguas, cantoautor comprometido con los movimientos políticos universitarios. Eso marcó distancias con el resto de los actores mayores de la nueva canción en la España de los 70 del pasado siglo. Ellos no entendían las letras de los Beatles, por ejemplo.
Y termino con cosas del Ferrol donde “no se perdía el tiempo aprendiendo francés” (que nadie se ofenda, pero era lo que pensaban nuestros mayores). Yo conocí el hotel Ideal; lo que no supe hasta que me lo contó el abuelo de una amiga es que se había llamado en principio Ideal Room. Tampoco sabía, hasta que ese señor me lo dijo, que el primer cine de Ferrol fue el New England.
Nunca acabaré de agradecerle a la vida mi condición de ferrolano adoptivo al menos en un aspecto: haber aprendido a entender el inglés. En la escuela de Telecomunicación de Madrid fui un privilegiado: cuando la Electrónica de estado sólido invadía todo, sólo había libros en inglés para estudiarla…
Pero ese inglés que sigo aprendiendo (pues nunca será mi patria en el sentido de Pessoa o Eça de Quiroz respecto a su portugués) no sólo es mi lengua de estudio y trabajo desde hace cincuenta años. Es el idioma de muchos millones de personas cultivadas que, por simple estadística, han ido escribiendo de todo. Ahora que el inglés se ha convertido en algo imprescindible, por lo que los padres luchan con afán, los neófitos se olvidan de que lo más importante del segundo idioma de los ferrolanos es poder gozar hasta de la prosa magnífica de un despistado como Bruce Chatwin, que anduvo buscando gliptodontes por la Patagonia sin preguntarles a los gallegos… Otra vez hablaremos del bueno de Chatwin y de Antonio Soto, el revolucionario ferrolano del Far South argentino. Abrazos a británicos y españoles de Londres, que tanta Historia tienen –tenemos– en común.