¿Qué habría sido de Europa si no llegan a morir tantos millones de personas, si no se hubiera destruido tanto patrimonio? Pues, sin duda, que continuaría siendo un espacio de proyección de sus culturas (con denominador común) por el mundo adelante.
De la salida del metro a la oficina, con frecuencia paso por Filigranes, que es una librería muy bien surtida, con cafetín, en el “quartier européen” de la Bruselas francófona, pero ya cerca del barrio que se llama “Matongué” por la cantidad de congoleses que allí viven.
Cuando tengo tiempo, entro, dejo la mochila en la consigna (ojo, siempre hay un tipo vigilando) y voy a la busca de algo legible. Últimamente escojo libros de un expositor dedicado a la Primera Guerra Mundial con motivo del centenario de su inicio.
Están baratos. Los hay a 3 euros para competir con las ediciones en formato ePub. Escojo novelas y documentos compilados. Uno de estos que me impresionó duramente, más que las novelas clásicas sobre ese horror, fue “Les poilus”, que recoge cartas de soldados franceses (los peludos) desde el frente, y de sus familias a ellos.
Horror. Es lo único que se puede decir. Y el origen de la decadencia de Europa, de su caída por un plano inclinado hacia la nada. En la Gran Guerra se sentaron las bases de la implosión demográfica del Continente. No se puede matar tanta gente que podría haber producido ideas e hijos. Y, por si fuera poco, ese conflicto tuvo la secuela demencial de la Segunda Guerra de Todos, con el intermezzo patético de los fascismos, incluido “The Armed Rehearsal” (título de la novela de Elstob) de la guerra “civil” española.
En la Gran Guerra se sentaron las bases de la implosión demográfica del Continente. No se puede matar tanta gente que podría haber producido ideas e hijos.
¿Qué habría sido de Europa si no llegan a morir tantos millones de personas, si no se hubiera destruido tanto patrimonio? Pues, sin duda, que continuaría siendo un espacio de proyección de sus culturas (con denominador común) por el mundo adelante.
Pero no fue así, y las necesidades de mano de obra de los países industriales que más población habían perdido (Francia, Gran Bretaña y Alemania) dio lugar a una inmigración en contingentes superiores a lo que se puede asimilar sin conflicto social…
Hay países que se formaron sobre la inmigración, más o menos ordenada. Ahí están los EE. UU. y Argentina, la Ellis Island de Nueva York y el Hotel de Emigrantes de Buenos Aires. Pero los países de toda Europa siempre fueron tierras de emigrantes… hacia otros pedazos del “Little Blue Spot” del Universo conocido. El peso de la historia y la conciencia de pertenecer a un pueblo viejo hacen que, tarde o temprano, aflore la xenofobia cuando ese pueblo se siente “invadido”.
Meteos en el metro de Bruselas, y no hablo de hacerlo en el Underground de Londres. ¿Qué veis? Lo que a un flamenco le parece una Babel insufrible, gente que le fastidia la vida porque no quiere aprender neerlandés; que habla cincuenta idiomas de África y Asia y, para entenderse, se vale del idioma opresor de los flamencos…
¿Queréis que toquemos en hueso duro? ¿Hablamos de los aislacionistas ingleses y de los nacionalistas franceses? Hace diez años se me ocurrió escribir un artículo realista sobre la adopción de niños exóticos por parejas onanistas en Galicia. Contaba un episodio insoportable para mí: había visto como una madre putativa maltrataba a un “changuito” colla, pobre criatura traída del Alto Perú, que a ella no le gustaría porque su ideal de niño quizá fuera un ruso rubicundo. Recordé los versos de Rosalía de Castro: “Ánimo, compañeiros. / Toda a Terra é dos homes”; y comenté que sí, toda la Tierra es de todos, pero que “certas terras son máis duns homes que doutros”… Me saltó a la yugular una “asociación de familias adoptantes”.
Hoy mantengo lo dicho, con conciencia de ser inmigrante (castellano) a un país de emigrantes (Galicia), estar casado con una mujer de un país de inmigración masiva (Argentina) y tener una hija emigrada a uno de los países donde la xenofobia está en auge (Inglaterra)…
Hoy mantengo lo dicho, con conciencia de ser inmigrante (castellano) a un país de emigrantes (Galicia), estar casado con una mujer de un país de inmigración masiva (Argentina) y tener una hija emigrada a uno de los países donde la xenofobia está en auge (Inglaterra)… Todas las sociedades tienen una cierta elasticidad inmigratoria, hay países que se deben a la inmigración aunque en ellos surjan fenómenos como el de los NYCs (Nacidos Y Criados) en la Patagonia, tierra de pioneros matadores de indios.
¿Estamos ante una prueba de que tengo razón? En mi mundo de trabajo se habla de una “economía mundial del conocimiento”, y es un hecho que en cualquier lugar del mundo se le perdona la condición de extranjero a un científico. Pero bajemos en la escala social y veremos que no hay indulgencia para todos los inmigrantes. Quien tenga curiosidad, lea “Pichón”, de Carlos Moore, y vea que en sociedad cubana pre-revolucionaria el estadio inferior correspondía a los inmigrantes clandestinos de Jamaica (aunque hablasen inglés y se entendieran con loa amos yanquis de Cuba). Eran negros sin papeles. Los guajiros, y hasta los negros cubanos, les llamaban “pichones (de buitre)”.
Otra cosa es que, después de tantas guerras, y con tanto en común, los europeos no nos queramos ofrecer –todos a todos– el espacio abierto del Continente; o, mejor dicho, que algunos europeos no quieran jugar a una Europa para los que pensamos y sentimos según nos marcaron Creta, Grecia y Roma.
Estos días rueda por Inglaterra la caravana del aislacionismo. Desde que en la Primera Guerra Mundial Gran Bretaña quedó “bled white” y entregada a los yanquis, parece claro por qué De Gaulle no quería que entrase en el Mercado Común Europeo: porque el Reino (¿des?)Unido es una colonia de sus “cousins” americanos y, por tanto, un “topo” antieuropeísta.
Habría que ver si la Argentina que soñó su presidente Sarmiento hubiera llegado a ser el Estados Unidos del Cono Sur: probablemente la posición de los españoles frente a la Unión Europea fuese parecida a la de los ingleses.
Tiempo al tiempo; pero los “subsaharianos” (eufemismo vomitivo) no dejan de sangrar contra las vallas cortantes de Ceuta y Melilla; y por delante de Filigranes no dejan de pasear moros con ropón medieval seguidos a varios pasos por sus mujeres amortajadas en negro de la coronilla a los pies y con gafas de sol en día de bruma flamenca.
Me queda la conciencia tranquila porque hace mucho que vengo diciendo lo de “estaba previsto”. Quizá lo previese ya en 1972, cuando fui a trabajar para una empresa británica en Lisboa. No me dejé engañar por el orden aparente del colonialismo salazarista: los portugueses emigraban en masa a Francia mientras los “pretos” africanos esperaban en la Praça de Camões, emblemática, que alguno fuese escogido para trabajar en lo que ningún portugués aceptaba.
Tarde o temprano, todo tenía que saltar por el aire. Y saltó, en 1974. Quedaos con una sentencia inolvidable del dictador expulsado por la Revolução dos Cravos: “Portugal não é um país europeu. Portugal é Atlántico e um sonho de caravelas”. Para reír –o llorar– en 2014.