El Edinburgh Spanish Film Festival está ya a medio camino. Están siendo días intensos, de sobredosis de historias que calan demasiado, de mapas construidos a base de relatos que intuimos cercanos.
Hacía demasiado que no iba al cine. Hacía demasiado que una película no me inundaba, que no apuraba el paso para llegar a casa y compartirla antes de que me desbordase. El Edinburgh Spanish Film Festival está ya a medio camino. Están siendo días intensos, de sobredosis de historias que calan demasiado, de mapas construidos a base de relatos que intuimos cercanos.
Hay cierto vértigo ante la idea de estar en un cine de Escocia y verse reconocido en la pantalla. Reconocerse a veces en el idioma, en las discusiones, en los paisajes, en las ilusiones y en los sueños hechos trizas. Día a día se va construyendo un puzzle en la que algunas de las piezas podrían ser nuestras. Se hilvana una red que atraviesa la península, que nos hace reír, llorar o recordar lo que hemos dejado atrás al coger aquel avión.
De la mano de la comisaria Marian A. Aréchaga nos han hablado de las mujeres olvidadas del 27 (Las Sinsombrero). Nos han enseñado a un José Luis López Vázquez irreconocible, quizás en su papel más valiente (Mi querida señorita). José Mari Goenaga y Jon Garaño nos han llevado al País Vasco más cotidiano, a los dramas, alegrías y silencios de familias que podrían ser las nuestras. Nada como lo más concreto para hablar de lo más universal.
Me conmovió ver reflejada mi tierra en ‘Os Fenómenos‘, de Alfonso Zarauza. Cómo comenzó la crisis que nos obligó a irnos, duele ver el principio de una historia de la que ya sabemos su final: casas embargadas, urbanizaciones convertidas en cementerios de vigas y hormigón, vidas y paisajes rotos. Y duele, e incomoda, ver reflejada nuestra parte de culpa.
Esta tarde a las 18.00 podréis reíros con ‘8 Apellidos vascos‘, y a las 20.30 volverán a proyectar ‘Os Fenómenos‘. Id a verla, hacen falta que nos cuenten con otras palabras lo que ya sabemos. Pero Zarauza también nos hará sonreír, nada como la retranca gallega de unos albañiles para sobrevivir a la realidad.
Aún tenemos tiempo de cruzar Edimburgo para sentarnos en esas butacas rojas. Quedan muchas películas, y deberíamos aprovechar el milagro que sólo pasa en los cines: viajemos 2000 kilómetros, a nuestros paisajes, ya nuestras historias.