Siempre esperamos que la primera novela de un autor sea algo floja, desigual, con personajes no del todo definidos, repeticiones que evidencien que se trata de un primer trabajo. Si no existiesen esos fallos y carencias parecería antinatural. Y sin embargo hay casos, existen. Y en esta primera novela de John Fowles ya se adivinaba el gran autor en el que se convertiría, en el que se convirtió cuando este libro salió a la luz.
Esta primera novela de John Fowles, al que llegué por un ensayo posterior sobre la naturaleza y la creatividad, tuvo gran impacto en los lectores. ‘El coleccionista’, publicada por la editorial Sexto Piso, veía la luz por primera vez en el año 1963 y se adaptaba al cine en 1965, y es el primer thriller psicológico moderno que describe al asesino en serie que conocemos en la actualidad a través de muchas otras novelas y películas que nos han llegado después.
La genialidad de Fowles radica en cómo nos plantea los hechos, el modo en que nos va introduciendo suavemente en el terror más angustioso porque participamos de él a cada paso. Cómo llega incluso a hacernos creer que ni el protagonista masculino parece tan malo ni ella tan inocente como podría esperarse. Dotando de cultura e inteligencia a Miranda, la protagonista, la mujer secuestrada por el loco que no parece tal, hay momentos, incluso, en los que nos apenamos por el desequilibrio del secuestrador, que al fin al cabo es una víctima del sistema.
La actualidad de la novela de Fowles es estremecedora porque sabe convencernos de que todo depende de cómo miremos, del punto de vista que adoptemos. Al final, no quedan dudas, pero hasta entonces, todo es relativo. La modernidad del texto radica precisamente en que a pesar de haber pasado décadas, la novela podría haberse escrito ahora y la comprenderíamos igual, a pesar de las referencias temporales, históricas y sociales a la sociedad británica del momento. Pero no destruye nuestras creencias y nuestra posición como lectores.
Existe una violencia latente desde el principio que nos indigna. No podemos tolerar la actitud pasiva del hombre que no ve nada malo en retener a Miranda contra su voluntad. Y poco a poco irá apareciendo otra violencia más evidente, más terrorífica, cuando descubramos que ese hombre es capaz de matar si se lo propone.
Desde el cuarto en el sótano en el que apenas entra el aire y ella está encerrada, sueña Miranda con las nubes y los paseos, con la libertad, con el mundo exterior, con el artista al que no se entregó por completo y que ahora añora como representante de ese mundo culto y protector que echa de menos durante el secuestro, a pesar de que por azares de la vida acabará teniendo uno de sus cuadros colgado en las paredes del sótano.
El coleccionista al que da título el libro no se refiere, en realidad, a la actividad del secuestrador tímido y poco empático que colecciona mariposas, sino a su futura colección a partir de este primer secuestro de Miranda, que es solo el comienzo de su perversa actividad en años futuros, que no leeremos y de la que no sabremos nada.
Que Miranda haya leído ‘Sábado por la noche y domingo por la mañana’, la novela del «joven airado» Alan Sillitoe, no es casual. Ella, la mujer de familia acomodada, perteneciente a una clase privilegiada, está siendo sometida por la clase media que no entiende, que masculla y no tiene imaginación. El protagonista de la novela de Sillitoe es el chaval de clase obrera que trabaja en una fábrica y que solo tiene como aliciente los sábados para cobrar la paga y caer ebrio de alcohol en la taberna semana tras semana. Pero Frederick no es bebedor, no se mete en líos, no da que hablar, es un buen chico, es el que quiso ser distinto, es el raro de la pandilla, el que no se ubica y se refugia en sus mariposas muertas. No entiende no ser amado, cuidado y correspondido por Miranda porque no comprende las normas sociales y éticas. Nunca ha estado en el mundo y ella lo ha visto casi todo.
El secuestro de Miranda por parte de Frederick es el secuestro de la clase acomodada a manos de la clase media. La cultura diferencia a ambos personajes, los distancia irremediablemente, y ella se recrea, para goce de los lectores, en describir cómo lo humilla. Frederick no siente, ni ante el arte, ni ante la música ni frente a un cuadro, ni siquiera como sentimiento espontáneo, nacido de la emoción de tener al ser «amado» a su lado. Y ahí vemos entonces que algo no encaja, que la búsqueda nunca fue el amor porque él es incapaz de amar. Los lectores somos conscientes de la desigualdad intelectual de ambos y de cómo él acabará descubriéndola y detestándola aún más por eso. Porque esta novela habla de misoginia, de odio, de cosificación, de abuso, de violación. Del complejo de clase, pero también del complejo de inferioridad de algunos hombres frente a las mujeres, lo que hace que las odien y deseen matarlas.
No quedan flecos que recortar ni nada que añadir. No voy a desvelar el final, pero es, al igual que el resto de la novela, redondo, perfecto. Con esta obra recuperaremos la fe en la literatura si alguna vez la hemos perdido, nos absorberá hasta la extenuación y terminaremos cerrando el libro con la sensación de que la literatura se inventó para nosotros, para que nuestra vida no fuera tan inhóspita a pesar del horror ahí fuera.