La recién publicada autobiografía de Allan Sillitoe al español por la editorial Impedimenta no nos muestra a ningún joven airado a pesar de incluírsele en el grupo denominado de los «Angry Young Men», sino más bien a un escritor tenaz que dirigió todos sus esfuerzos a producir una obra literaria de altura y que desarrolló en gran parte en Mallorca, donde coincidió con Robert Graves y otros artistas británicos que eligieron la isla como refugio para llevar a cabo sus mejores creaciones en un periodo convulso de la historia de Europa.
Cuenta una de sus historias las aventuras de un obrero de una fábrica de bicicletas de Nottingham que una noche de sábado, después de una semana de duro trabajo, se cae por las escaleras del pub tras beberse once pintas y siete ginebras. Otra narra la vida de un muchacho encerrado en un correccional cuyo mayor deseo es demostrar que a pesar de las circunstancias que lo han llevado a estar ahí tiene principios. Correr se convierte en un medio de apaciguar su ira y mostrar su rechazo al sistema. Pero hay otras muchas historias de rabia y miedo, de escape e ira tras el hastío de una existencia dura y monótona, como la de miles de personas pertenecientes a la clase obrera en la Inglaterra de los años 50, tema principal de la narrativa del escritor Alan Sillitoe, cuya biografía, La vida sin armadura, acaba de publicar en español la editorial Impedimenta.
A través de las dos obras más importantes de Sillitoe, las que lo llevaron a alcanzar el reconocimiento, Sábado por la noche y domingo por la mañana y La soledad del corredor de fondo, -ambas con esa escritura hipnotizadora de estilo cercano pero minuciosa- uno puede hacerse a la idea de cuáles eran los temas que obsesionaban al autor, aunque después de leer La vida sin armadura se tiene la sensación de que siguió únicamente los consejos de su tío Frederick cuando le decía que escribiera dando una imagen realista de la vida. Que además lo hiciera de aquello de lo que sabía se lo recomendó Robert Graves en Mallorca. Y de lo que Alan Sillitoe sabía era de la vida del obrero en las fábricas de su Nottingham natal, de lo alienante del trabajo en una fábrica, de la brutalidad de un padre alcohólico que con frecuencia pegaba palizas a la madre, a la que el escritor recuerda inclinada sobre el cubo de fregar para que la sangre de su cabeza abierta no manchara la alfombra. «Solo podía ser como era porque no sabía leer ni escribir», diría al respecto el autor.
Me amenazaba con quemar el libro o le daba una patada (…). Lejos de desalentarme, porque leer era la única actividad que hacía tolerable mi existencia, su actitud fue un estímulo añadido y me dio más motivos para estarle agradecido con el paso del tiempo que si me hubiera dejado en paz.
La ignorancia y la violencia del padre le parecen estímulos a la hora de enfrentarse a la lectura: «Me amenazaba con quemar el libro o le daba una patada (…). Lejos de desalentarme, porque leer era la única actividad que hacía tolerable mi existencia, su actitud fue un estímulo añadido y me dio más motivos para estarle agradecido con el paso del tiempo que si me hubiera dejado en paz». Tuvo muy claro lo que no quería, ser para siempre obrero en una fábrica. Leyó y escribió, persiguió el sueño y consiguió alcanzarlo. Y muy pronto descubrió que «escribir podía extirpar el dolor de vivir». Y supo también que la ira no era el camino. Las palizas del padre, la pobreza que le rodeó lo hicieron amable, cuerdo, perseverante, casi lo contrario de lo que podía haber sido con un pasado como ese.
De la etapa de Mallorca, que comienza cuando sólo tenía veintitrés años, resulta muy hermosa la rememoración que hace de la escritura y de la reescritura constantes, centrando toda su energía en conseguir ser escritor a pesar de que la recompensa económica era prácticamente nula. Son muy entrañables esas visitas a Robert Graves y los consejos que el gran autor le daba con auténtico cariño y buen juicio, a los que Sillitoe respondía revisando y corrigiendo una y otra vez sus textos.
La relación que mantuvo con España a la luz que arroja su autobiografía es tópica en muchos sentidos y reflejo de una época oscurantista marcada por una dictadura. Su visión, tan exquisita y certera a veces, como buen narrador que es, a la hora de referirse a España parece banal y vacía. Música de gitanos en Granada, robos en Alicante, pobreza… Tópico tras tópico pero no una descripción cercana como la de Nottingham, a la que describe en toda su dureza a pesar del paso del tiempo. Y nos preguntamos entonces quién era realmente este escritor inglés atraído por el sol mallorquín y el pintoresquismo español al que se ha incluido en el movimiento denominado Angry Young Men, ese grupo de escritores que retrataron la realidad de una Inglaterra sórdida que intenta resurgir tras la guerra. Poco amigo de la pertenencia a ningún grupo literario ni a ninguna clase social, Sillitoe negó formar parte de ninguno de ellos con igual vehemencia.Su rechazo del orden establecido y el que fuera poco amigo de las normas le hizo renunciar a ir a la universidad, pero aprovechó su oficio de telegrafista en la Royal Air Force para viajar a Malasia. De este viaje salieron dos cosas: grandes experiencias para futuros textos y la tuberculosis, que nunca le abandonó y le permitió vivir y escribir con cierta despreocupación económica en Mallorca esos cinco años cruciales en su producción literaria, gracias a la pensión que el gobierno británico le otorgó por la enfermedad.
Sabemos que su relación con España no se limitó a la residencia en el país durante aquellos años de prolífica producción literaria y que desarrolló un profundo conocimiento de la literatura española, especialmente de los clásicos del Siglo de Oro. Tenemos constancia de que se divirtió leyendo El Quijote, que El Lazarillo le pareció magistral y que tras leer una de las mayores obras de la picaresca española, el Guzmán de Alfarache, escribió un artículo sobre la novela picaresca británica. Además, junto a su mujer, la poeta Ruth Fainlight, escribe una obra teatral basada en Fuenteovejuna y titulada Todos los ciudadanos son soldados, que trata de una España en plena dictadura. Su relación con este país parece, pues, que fue algo más que folclórica.
Leyendo su biografía uno percibe el enorme distanciamiento que le provocaba un país dominado por el miedo, poco creativo, cuya prensa censuraba constantemente y no informaba de la realidad que vivía ni de lo que ocurría fuera de sus fronteras. Era esa la España de los 50 y 60 a pesar de la literatura del Siglo de Oro y de su tradición cultural, truncada tras la Guerra Civil y el inicio de una de las peores dictaduras del siglo XX. Al poco de residir en la isla, el Nottingham Weekly Guardian le pide dos artículos sobre Mallorca en los que describía la isla «como si estuviera cincuenta años atrasada». Pero vivir en Inglaterra tras la guerra no era fácil, la vida era cara y el clima hostil, así que muchos intelectuales británicos decidieron que España, y en concreto Mallorca, era un lugar de clima y ambiente agradables para producir su obra, un excelente refugio creativo que dio a la luz obras excepcionales.
Mallorca y Nottingham, casi como fantápolis del autor, le permiten imaginar en un caso y rememorar en otro. En la isla sueña, crea, imparable y cabezota, enfrentándose sin armadura a la dureza del rechazo, una y otra vez, de su obra. En Nottingham creció, de ella salió y sobre ella escribió.
En ese entorno amable escribió Sillitoe sus textos más destacados. Sus personajes son antihéroes, los perseguidos por una clase superior que los quiere meter en cintura y hacerlos suyos, perdedores de los suburbios de Inglaterra tras una guerra mundial que lo transformó todo. En varios momentos de su biografía, y a pesar de comentar largamente sus preferencias políticas, simpatizante de los laboristas y de algunos movimientos sociales, Sillitoe no quiere oír hablar de lucha de clases ni de denuncia social en sus novelas y parece sentirse incómodo ante el hecho de que la literatura pueda tener como fin la denuncia social: «Que los reseñadores y periodistas se refirieran a mí como clase obrera o de la clase obrera era tan desacertado como meterme en el corral de los Angry Young Men».
Arthur Seaton, el protagonista de Sábado por la noche y domingo por la mañana, o Colin Smith, el de La soledad del corredor de fondo, son dos de sus mejores creaciones, dos seres desarraigados, perdidos, sin fuerza de voluntad y sin ganas para escapar de su situación vital en la Inglaterra de los cincuenta, y que sin embargo nacieron en España, rodeados del Mediterráneo, en un paraíso que escondía una penosa historia política que junto al mar parecía notarse menos y permitió a Sillitoe escribir con calma, sin interferencias de la historia de su país ni del que lo acogió.
Mallorca y Nottingham, casi como fantápolis del autor, le permiten imaginar en un caso y rememorar en otro. En la isla sueña, crea, imparable y cabezota, enfrentándose sin armadura a la dureza del rechazo, una y otra vez, de su obra. En Nottingham creció, de ella salió y sobre ella escribió. Representó la ira de una clase social, a su pesar, quizá, pero así fue. Resultó rompedor en los temas y en la forma de expresarlos, y una vez de vuelta a Inglaterra el sueño español se desvanece, como el fantasma de la Segunda Guerra Mundial que truncó a todos los sueños. Ni Arthur Seaton ni Colin Smith parecen producto de otra época sino hijos de esta. Casi al final de la biografía, Sillitoe reflexiona sobre la importancia de las elecciones que tomamos: «…una vez que has escogido lo que quieres hacer en la vida, debes seguir con ello hasta el final».