Triángulo de Amor Bizarro hacen esa música que me hace cerrar los ojos y moverme muy despacio, o eso creía recordar… Llegué al concierto después de un año sin salir. Ser madre es lo que tiene, y aunque esto de que un grupo gallego que ya conocía toque tan al norte siempre hace ilusión, iba un poco despistada de lo que me iba a encontrar. Últimamente mi banda sonora no va más allá de la música de La vida es así (la maternidad viene cargada de nostalgia), y un pupurri de canciones infantiles en inglés de las que sigo sin aprenderme la letra. Así que, cual adolescente en su primer día de salida, no me desanimó la idea de que iba a ir al concierto sin saberme una sola de las canciones.
Los escoceses Snide Rhythms caldearon el ambiente. Entre el punk y el rock, el carisma del cantante nos hizo olvidar el frío que hacía fuera. Los miembros de Triángulo estaban justo delante de nosotros, eran caras conocidas, posiblemente de algún bar de Santiago… pero yo, con esa inseguridad causada por un chupito de tequila después de dos años de abstinencia, no me atreví a decirles nada.
Nos envolvieron las voces de Rodrigo Caamaño y de Isabel Cea, y todavía resuena en mi cabeza ‘Desmadre estigio’, “niña, es demasiado tarde…»
Saltaron al escenario y la batería resonó con más fuerza de la que me esperaba. Nos envolvieron las voces de Rodrigo Caamaño y de Isabel Cea, y todavía resuena en mi cabeza ‘Desmadre estigio’, “niña, es demasiado tarde…”. Aquí sí, cerré los ojos y me moví muy despacio, pero duró poco. “No voy a ser un esclavo a los pies de nadie.” Y nos hicieron saltar, porque la frase se lo merece y porque la música retumbó debajo de nuestros pies separándonos del suelo.
Integra UK trajo de nuevo la cultura española a Edimburgo, esta vez directa a nuestros oídos, y nos hizo disfrutar de una noche en la que la mejor opción parecía ser quedarse en casa envueltos en mantas. Triángulo de Amor Bizarro nos presentó su nuevo disco para recordarnos que debemos volver a escuchar los anteriores. La banda coruñesa hizo disfrutar a sus seguidores, a los que los veían por primera vez y a los despistados como yo, que ya no sabemos en que día vivimos. Quizás ahí esté la grandeza de un grupo, en hacernos vibrar e hipnotizarnos a todos, incluso a los que no nos sabemos las letras. Antes de volverme a casa, demasiado pronto porque la babysitter ya nos esperaba, Rafa Mallo, el batería, se acercó a mí para decirme que me recordaba de las clases de mecanografía de A Coruña, cuando apenas teníamos doce años. El sonido de la batería se transformó en mi cabeza en el repiqueteo de quince Olivettis al unísono y, cual Cenicienta, me volví para casa, todavía más envuelta en nostalgia.
————-
@TABIZARRO