Saules Sun, en el pabellón de Letonia de la Bienal de Venecia hasta el 24 de noviembre.
Llega el frío y la Bienal de Venecia se prepara para despedirse. Han pasado casi seis meses desde que vi ‘Saules Sun’, la instalación de Daiga Grantina para el pabellón de Letonia, y aún reverbera en mi retina.
El título de la obra, un juego de palabras entre ‘saules’ (el plural de alma en escocés antiguo) y Saules, la diosa solar perteneciente a la mitologías letona y lituana, nos introduce en un espacio cosmológico en el que trayectorias anárquicas de cuerpos celestes nos invitan a imaginar un juego de bailes en el vacío presididos por un sol que es diosa de la fertilidad y la vida. A esta diosa cálida y cercana se le dedicaba el ‘Jani’ en el solsticio de verano, una noche de baile como a la que quizás asistimos en el pabellón letón. Es posible que ese sea el argumento principal de la instalación.Desde el centro de la sala uno parece estar sumergido en una celebración, no se sabe muy bien de qué, en la que los objetos se miran entre ellos y bailan inmersos en una danza alegre y cósmica. Líneas curvas, objetos flotantes y un colorido vibrante sugieren leños chisporroteando en celebraciones paganas, pero también nos evocan esas imágenes coloreadas por astrónomos de galaxias y nebulosas a miles de años luz. Sin embargo, hay algo que no encaja. La materialidad áspera y la precariedad de los materiales que utiliza la artista hacen del espacio de exposición un lugar precario y convulso en el que han comenzado a producirse metamorfosis violentas como las que sufren los personajes de las películas de anime, de las que la más icónica es sin duda la vivida por Tetsuo en el ‘Akira‘ de Katsuhiro Otomo. No obstante, frente a la materialidad orgánica del desbordamiento de ‘Akira’, la obra de Daiga Grantina, muy presente en el presente, se acerca más a ese otro tipo de universo que nos rodea hoy, digital, etéreo y líquido, representado en películas como ‘Summer Wars‘ de Mamoru Hosoda, que nos devuelven a los escenarios cosmológicos con los que empezamos a deambular por la obra.
A diferencia de estos referentes, la instalación ‘Saules Sun‘ nos ofrece fragmentos irreconocibles de materiales industriales y toscos a los que se les ha borrado la referencia de uso manteniendo su potencial plástico. Así, las cuerdas no atan ni unen sino que caen laxas mostrando una naturaleza plástica en formación, un universo de potenciales a punto de desplegar una energía creadora de tejidos, espacios, órganos y cuerpos. Pieles brillantes de látex y vaciadas de órganos combinadas en secuencia nos acercan a los espacios de debate del transhumanismo sobre el futuro del cuerpo y al debate global sobre el sentido de los medios de producción o al imaginario de la muerte sanguínea de los mataderos, pero también a la discusión acerca del sentido de producir en un mundo con sobredosis de producción y necesidad (quizás) de respirar, ¿quizás bailando alrededor de la hoguera?
Sin duda todas estas preguntas lanzadas al aire reverberan tras la experiencia de acercarse a una obra como esta, pero quizás lo más sabroso de esta ingesta está en lo que se calla y no en lo que se dice. Daiga Grantina confiesa en una entrevista que su objetivo en el trabajo es que sus objetos funcionen como una palabra a punto de pronunciarse pero detenida entre el paladar y los dientes. En ese sentido, pasear por Saules Sun es asistir a un despliegue de propuestas sintácticas escultóricas y valientes de una gramática compleja y hermosa en la que la unidad sintáctica es el material crudo e industrial, al que la artista despelleja y resitúa alterando con agilidad su sonido y creando una ópera espacial que nos atrapa entre toda esa monumentalidad disimulada. No hay centro, no hay paz, solo materiales que se exploran mutuamente y un espacio expansivo y ondulatorio que nos acoge e invita a pronunciar sonidos que (aún) no sabemos articular.
Ya es otoño, pero ese sol ausente sigue calentando.
Fotos © Javier Chozas