Dice el equipo de Cinemaattic que casi todas las piezas de este ciclo de audiovisual catalán hablan de los momentos en los que nos sentimos perdidos, de que eso no siempre es negativo, de que quizás deberíamos darnos una tregua hasta encontrarnos de nuevo.
Brit Es ha tenido la suerte de acudir a varios de los eventos de SCAT – Festival de Cinema Catala d’Escocia, y uno tras otro han ido dibujando un mapa de derivas personales, desde la infancia hasta la edad adulta, esa etapa que a veces parece no llegar del todo, o al menos no como imaginábamos. Caminos que nos obligan a recorrer aunque no queramos, desvíos que elegimos, y la inevitable incertidumbre de lo que hubiera pasado si nuestra elección hubiese sido otra.
Los elogios de Estiu 1993 (2017) ya habían llegado a nuestros oídos. La directora, Carla Simón, cuenta su propia historia. De niña perdió a sus padres a causa del sida, y se trasladó al Ampurdán a vivir con sus tíos y su prima. Simón ha superado este dolor, ha sido capaz de gestionar el recuerdo de aquellas emociones y trasladarlo a los ojos de Frida. Su duelo se traduce en pequeñas provocaciones a sus tíos: cómo asumir la muerte cuando solo se tienen seis años. En Estiu 1993 hay ternura contenida en miradas y gestos, hay juegos y berrinches que son terapia, y lágrimas que solo brotan cuando empezamos a ser fuertes.
Con Júlia ist (Elena Martín, 2017) intuimos lo que supone empezar a hacerse adulto, tomar decisiones que puedan cambiar el resto de nuestra vida. Júlia decide irse un año a Berlín con una beca Erasmus. Vivir en un país que no es el propio supone perderse en códigos: de comportamiento, de lenguaje, de miradas. El extrañamiento inicial va desapareciendo a medida que se adapta a las calles y al frío. Surge otra Júlia, otros amigos y otra vida condenados a no durar más de un año. Júlia volverá a Barcelona. Su ciudad será la misma, pero ella ya no, y puede que el desarraigo, la sensación de no pertenecer, ya nunca desaparezca.
Tierra firme (Carlos Marques-Marcet, 2017) no podría tener mejor título. Crecimos con la idea de que a los 30 habríamos alcanzado la estabilidad, pero Eva y Kat no tienen trabajo permanente y viven en un barco en los canales de Londres. Eva quiere ser madre así que aprovecha la llegada de Roger para sugerirle que sea su donante. El deseo de Eva se contrapone al miedo y a la reticencia de Kat, y Roger, donante, pero no padre, empieza a dudar sobre su papel en este acuerdo. La maternidad como punto de inflexión en una pareja, qué pasa cuando las prioridades no son las mismas. El título en inglés, Anchor and Hope, pronostica que quizás sea ya momento de encontrar algo o alguien a quien anclarse, con la esperanza de que la marea no nos siga arrastrando.
Una tarde de cortometrajes nos dio pinceladas de otras historias, y algunas de ellas parecían querer contarnos lo mismo con otras palabras. En Primer Strat (2018), Ventura Durall graba los dos últimos días de su hija en la guardería. Se pregunta de qué manera se desarrollará su propia personalidad y como le influyen las experiencias que vive en los primeros años. Cuál es el porcentaje de genética y contexto, cuanto nos marcará lo que nos pase cuando somos niños.
La inútil (2017), de Belén Funes, nos traslada de nuevo a la edad adulta, a la crisis económica y a sus consecuencias sociales. Merche tiene un trabajo precario y esta precariedad inunda el resto de su existencia. Su amiga Irene la invita a una fiesta; el comportamiento de Merche, nervioso y huidizo, y la actitud paternalista de Irene, demuestra de que manera una crisis económica puede decidir por nosotros.
En una calle de Edimburgo, un neón que casi nunca se ilumina nos recuerda con una frase de El señor de los anillos que “Not All Who Wander Are Lost”. Quizás este ciclo de Cinemaattic no ha hecho más que recordárnoslo.
Imagen portada: Tierra firme, Carlos Marques-Marcet