British Cuisine I. Orgía en la cocina con el Naked Chef y Nigella, la reina del porn food.

© Ilustración David Pazos

A ver esas mentes calenturientas en qué estaban pensando al leer el título… que yo he venido aquí a hablar de cocina. ¡Y de cocina británica ni más ni menos! Ah, pero ¿eso existe? pensarán algunos… Pues será debido a mi anglofilia, pero aquí tenéis a una ferviente defensora de la denostada cocina británica y del panorama gastronómico que podemos encontrar hoy en la no tan  Pérfida Albión. Porque para ser sinceros, mucho ha cambiado el asunto desde que puse por primera vez mis pies en el Reino Unido, donde con 18 años recién cumplidos, fui a trabajar como au pair para una familia escocesa.

En ese gineceo, formado nada más y nada menos que por ocho hembras (si contamos a las dos perras y a las dos gatas de la familia) no cocinaba ni el tato. Mi cena de bienvenida consistió en dos lonchas de jamón cocido y unas hojas de lechuga aliñadas con un buen chorretón de salad cream. Eso sí, al llegar el postre disfruté de lo lindo con un crumble casero  de ruibarbo que no había probado en mi vida y que literalmente, devoré. En tema repostería, son unos verdaderos ases, para qué negarlo.

El segundo día me encargaron recoger la cena en el fish and chips de la esquina, regentado por una familia italiana y donde terminaría echando unas horas a la semana para pagarme las pintas aprendiendo a hacer pasta fresca. Con semejante panorama, le sugerí a la madre de familia encargarme de las comidas familiares y como era yo la que hacía la compra  y la buena mujer estaba encantada con el ofrecimiento, después de hacer tortilla de patata, arroz a la cubana y pasta no sé cuántas veces, empecé a probar todos esos productos que encontraba en el super, totalmente desconocidos para mí. Lo compraba todo: salsa curry tikka, pesto, cada variedad de bacon y salchichas (Anda que no hay, además). Probé  hasta el haggis… Y no, no es como nuestra morcilla, y me gustó nada, pero la verdad es que tampoco volví echando pestes de la comida como hacía la inmensa mayoría que iba a pasar el verano allí aprendiendo inglés.

Ese verano del 89, Jamie Oliver debía estar más pendiente de su revolución hormonal que de su Food Revolution.

 Heston Blumenthal aún estaba formándose o viajando por Francia, a Fergus Henderson aún le quedaban unos años para abrir su St. John en Londres y Nigella Lawson escribía columnas para el Observer y el Vogue. En Edimburgo, en esa época, los restaurantes en los que disfrutar de una cena decente sin dejarte un pastizal se contaban con los dedos de una mano y siempre eran de cocina no británica:  de influencia claramente francesa o italiana o asiática, sobre todo india. Y poco más. El panorama en Londres era diferente, más que nada por la variedad de cocinas de diferentes lugares del mundo, debido sobre todo a la gran cantidad de población extranjera que fue asentándose en el país desde mediados del siglo pasado. Claro que podías encontrar restaurantes  de cocina  tradicional  británica  con cientos de años a sus espaldas, como Rules, o salones donde disfrutar de un auténtico High Tea en toda regla, o restaurantes donde disfrutar del famoso Sunday Roast, eso si podías pagarlo, porque con 20 años, poca pasta y la libra alta, no quedaba más remedio que ir más bien justo en el tema culinario y dedicar el resto a  compras y salidas. Eso sí, podías disfrutar de un auténtico festín de comida china por cuatro perras en el Won Kei del Soho aunque a cambio tuvieses que soportar el ya famoso mal humor del servicio o tomar un plato combinado de comida  casera a buen precio en el entrañable Stockpot, pero más vale que te lo hubiese recomendado alguien que se  conociese bien la ciudad, de lo contrario, te  traía más cuenta comprar un sandwich en algún supermercado tipo Mark&Spencer o Tesco, una patata asada rellena o una porción de pizza  en algún lugar que te pillase de  paso, que aventurarte a probar un restaurante, algo que era más bien como jugar a la ruleta rusa.

No me extraña que  durante años, la idea que  se ha tenido del panorama gastronómico británico haya sido pésima. Lo más remarcable, culinariamente hablando eran sus copiosos desayunos, a los que creo que poca gente le haría ascos y sus asados, entre los que destaca sobre todos ellos el roast beef, en casa además, era el plato estrella de la cena de fin de año…



Afortunadamente, esto parece haber cambiado desde mediados de los años 90 y a día de hoy es posible comer no bien, sino muy bien, no sólo en Londres, también en el resto del país.

 Afortunadamente, esto parece haber cambiado desde mediados de los años 90 y a día de hoy es posible comer no bien, sino muy bien, no sólo en Londres, también en el resto del país. Ya sé que está hasta en la sopa, que no es… bueno, que más bien es un poco guarro al cocinar y que hasta hace poco decía que lo mejor del mundo era el prosciuto italiano (menos más que ha terminado probando el jamón de bellota) pero a Jamie Oliver deberían nombrarle Sir por todo lo que ha hecho por el bien de su país y de generaciones futuras. Empezó con veintipocos años y un estilo desenfadado y fresco. Animó a todo el país a no tener miedo a la cocina, a disfrutar de ella, enseñó a comprar y a comer. Y le ha puesto empeño el chico, sí. Ha abierto restaurantes en los que emplea a los balas perdidas  y les enseña a ganarse la vida disfrutando de su trabajo sin que el programa destile tufillo a reality show. Pues lo siento por algunos chefs estrella de la cocina española que se han embarcado en programas que hacen honor a su nombre y resultan una auténtica pesadilla, no sólo para sus protagonistas sino para el resto de la humanidad, pero encuentro mucho más auténtica la versión Jamie…

Sorry. Tengo que acabar el artículo y todavía no se ha despelotado nadie, pues vaya orgía, pensaréis… Bueno, no desesperéis, aún queda la segunda parte. British Cousine. Orgía en la cocina con el Naked Chef y Nigella, la reina del porn food.

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