“Si Brasilia fuera una persona sería una mujer, vagaría al son de la Bossa Nova. Tendría un aire chic y despreocupado. Sería elegante e iría bien vestida”. Esta es la descripción que Gabriela, una joven arquitecta de labios rojos y gafas a lo Bob Dylan, nos hace de Brasilia. Una de las perspectivas de esta ciudad a la que a menudo se ha descrito como “utópica”.
IberoDocs, festival de cine documental español, portugués y latinoamericano, dentro del Foco Brasileño, nos acercó a Escocia esta película. Su director, Bart Simpson, plantea la revisión de un proyecto que surgió a mitad del siglo pasado: Brasilia.
En 1956 se comezará la edificación de la que es hoy en día una de las ciudades capitales de más reciente construcción en el mundo.
¿Pero qué es lo que hace a Brasilia distinta? Al fin y al cabo no es el primer proyecto de espacio urbanístico. San Petersburgo, La Plata, la New Town de Edimburgo e incluso Mileto en la antigua Grecia, ya organizaron sus calles y manzanas de forma racional y cartesiana. ¿Por qué se habla de utopía, por qué “Capital de la Esperanza”?
A mediados del siglo XX, en un contexto histórico traumático, donde el mundo ha vivido dos guerras globales devastadoras. Brasil y su presidente de orientación socialista, Juscelino Kubitschek, soñarán con un nuevo renacer para el país, la creación de Brasilia. Una ciudad donde se eliminarían las clases sociales, donde hombres y mujeres compartirían un espacio bien estructurado y funcional, lleno de zonas verdes, con fácil acceso a la atención médica… Un sector para cada aspecto de la vida. Sería el resurgir glorioso del gigante sudamericano.
Brasilia, como ningún otro lugar en el mundo, se adhirió de esta manera a los principios planteados en la Carta de Atenas de 1933. Manifiesto que apostaba por “la ciudad funcional” donde el trazado urbanístico sería zonificado acorde a los usos y necesidades de una “sociedad moderna”, para así poder “habitar, circular, trabajar y recrear el cuerpo y el espíritu”. Era el ideal de Le Corbusier.
Dicha magnum opus sería levantada gracias a dos visionarios: el urbanista Lúcio Costa y el arquitecto Oscar Niemeyer. Este último considerado, junto a Le Corbusier, Frank Lloyd Wright, Walter Gropius y Ludwig Mies van der Rohe, uno de los arquitectos más influyentes de la arquitectura del siglo XX.
-Juscelino (Kubitschek) me llamó y me dijo “mi intención es construir una capital diferente. Quiero algo bello y que muestre la grandeza del país”- Oscar Niemeyer.
A 2000 kilometros de la Amazonia, y a 18 horas de Río, en el centro de Brasil, comenzará la cimentación de la nueva urbe. La idea era dirigir hacia el interior la población del país que tendía desde hacía siglos a la aglomeración en su litoral, dejando grandes zonas del territorio abandonadas.
Durante más de 3 años hombres y máquinas trabajaron sin descanso. Niemeyer, Costa, un equipo de 15 arquitectos, doctores, abogados, periodistas y unos 60.000 trabajadores o “candangos”, nombre con el que se conocían a los obreros llegados hasta Brasilia, dieron forma a este espacio cívico que visto desde el cielo evoca la figura de un pájaro futurista.
El diseño constaba de un llamado “Plano Piloto” con un primer eje que albergaría los edificios gubernamentales y un segundo eje compuesto de micro-comunidades destinadas a las viviendas de los ciudadanos. El Plano está rodeado de 31 “Ciudades Satélites” y el número sigue creciendo. Este Plano Piloto fue declarado Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1987.
El sueño igualitario de Brasilia se llegó a vivir durante su construción ya que obreros y funcionarios compartían los campamentos y comidas, vestían igual, alternaban juntos tras la jornada laboral… “Realmente pensábamos que la sociedad podía mejorar, que los hombres seríamos todos iguales” Narra Oscar Niemeyer. El espejismo desaparecería el mismo día de la inauguración, pues “con ella legaron los políticos, los hombres de negocios, la diferencia de clases y el poder del dinero. Realidad que aún sigue ahí”, explica el arquitecto.
Los desequilibrios sociales y los problemas de superpoblación a los que Brasilia, como muchas otras megaciudades en el mundo, se enfrenta, se ven agravados por el hecho de que ese primer Plano Piloto, al tener el rango de Patrimonio de la Humanidad, no se puede modificar. Algo absolutamente comprensible pero que obstaculiza la convivencia en un espacio que lejos queda de su idílica concepción original. La soledad de sus habitantes es intrínseca a su arquitectura. Es este, quizás, uno de los mayores desaciertos de esta urbe de líneas elegantes y modernistas, ya que tiende a aislar al ciudadano en sectores, dificultando así la socialización.
Brasilia: La vida después del diseño, nos invita a reflexionar sobre la evolución y situación actual de la ciudad brasileña, pero es además un reflejo que nos hace plantearnos nuestra propia realidad. Pues como decía Stendhal “la novela es un espejo que ponemos en el camino” y quien dice novela, dice cine o dice arte en general.