Cada año me llevo, como un trofeo, una imagen de ARCO que conservo como un tesoro. Este año esa imagen es la de un Secundino Hernández que hemos visto a lo lejos en el stand de la galería Forsblom y que nos ha succionado brutalmente con un gesto espacial de bisturí brutal y elegante, un sadomaso de terciopelo en toda regla. Hernández es un artista valiente que no tiene miedo a evolucionar y al que hay que continuar siguiendo de cerca, pero más ahora para no perderse este momento único de transformación en el que está su trabajo. De hecho, no es esta la obra que más nos ha fascinado de este artista en esta edición de la feria sino otra, a ver si descubren cual…
Si la obra de Hernández nos ofrece un gesto de cirujano, la de José Castiella, que expone por primera vez en ARCO con la galeria Ponce+Robles, nos transporta a un mundo de guerra distópica y apocalíptica en el que aparecen personajes y espacios que transitan en la frontera de reinos superplanos cercanos al universo del comic y que nos invitan a sumergirnos en el accidente y el acento. Las figuras deformadas de sus obras nos acercan a personajes de comic como los babeantes Gorg del gran Moebius o los reinos matemáticos de Tron, pero eso sí, derretidos y palpitantes como el sudor del verano que se acerca.
En sintonía con la obra de Castiella, Lucas Simóes presenta en Pasto galería, entre otras obras, una rejilla con una almohada de metal encima, que quizás se entendía mejor cuando fue expuesta en la galería Pelaires a finales del año pasado pero que nos sigue invitando a concebir el espacio como una construcción matemática en la que caben acentos, gravedades, excepciones y música, sobre todo música, tan matemática como el espacio y tan abierta como un lugar. Quiero creer que la obra de estos artistas, transformada en algoritmo, daría como resultado hermosos sonidos, quizás un campo por descubrir, el de la comunión de arte espacial y sonido. En esta misma línea, Rosana Antolí presenta un fantástico móvil en The Ryder Projects que desafía la gravedad enarbolando el garabato como bandera de causa, como bandera única, un gesto que contrasta acertadamente con el tono del resto del stand de la galería que habilita un espacio tranquilo y de reposo visual tan necesario en la feria. El garabato, originado por una fregona un swing o una renuncia, es el punto de acceso a la obra de José Díaz en el stand de la galería The Goma, otro de los imprescindibles de esta edición de ARCO que esconde un universo de posibles detrás de una obra huidiza y profunda.
Si acercamos el gesto espacial al espacio familiar encontramos a Milena, la obra de Nora Aurrekoetxea que presenta en la galería Juan Silió y que ha obtenido el Premio ARCO de la Comunidad de Madrid para jóvenes artistas. Un trenzado imposible de pelo engarzado en una estructura de acero estricta nos habla de binomios que se necesitan y de conquistar el espacio vacío con lo orgánico, con la proyección de un deseo o un pasado, como un reloj abierto a deformar sus reglas de juego, unas reglas que no conocen límites en ninguna dirección.
Por último, debo confesar que no he sido del todo sincero. Hay otra obra que me llevo incrustada de esta edición de ARCO. Woman on Snake, de la artista Kiki Smith, en la galería Lelong, es una obra extraordinaria. Rodeada de urgencia, este papel pinchado en una pared, atemporal y humilde, es una oda a la fuerza y el poder del arte y la mujer, a la pertinencia de la mitología y la heurística en nuestros silencios, que ya no transcurren en solitario sino en grupo y que son clamorosos, atronadores, pero que son al fin y al cabo nuestros silencios. Al encontrarme con la obra de Kiki Smith me he sentido solo y enamorado del arte, que es a lo que vine.
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Imagen portada: Lucas Simoes / ARCO 2020. Foto: Javier Chozas